Me dedico al diseño web desde hace casi 15 años. De mis manos, y de las de la gente que ha trabajado conmigo, han salido decenas de webs que, con mayor o menos éxito, han sido creados para comunicar, comprar, informar… Alguno de ellos lo han visitado, sólo en una mañana, más personas que los espectadores que ven las películas subvencionadas en un año.
Mi trabajo se puede copiar de forma relativamente sencilla tanto en el código como en lo visual; con un golpe de ratón en el navegador puedes ver el código que ha llevado días escribir y utilizarlo para hacer otro web. No descubro nada si digo que a mi, al igual que a muchos otros compañeros, alguna vez nos han fusilado un diseño. ¿Algún problema? Pues no.
Detrás de mi trabajo hay una industria que genera beneficios y tiene un modelo de negocio que hace que me puedan seguir pagando por lo que hago a pesar de que en cualquier momento mi creación se pueda copiar. Eso es algo que desde que nació la red siempre ha sido así y que me temo que no va a cambiar. Además a los que trabajamos en ella nos gusta que así sea porque creemos que de esa forma todos aprendemos de todos y mejoramos enormemente nuestros productos y con ello las empresas que nos contratan.
A pesar de todo esto, el Gobierno entiende que los que trabajamos en Internet no somos creadores y los únicos reconocidos como tales son los de industrias como la del cine o la música, y a ellos hay que modificarles las leyes para que estas se adapten a sus obsoletos modelos de negocio.
Al margen de mi opinión sobre la Ley Sinde, que se acaba de aprobar, creo que lo realmente grave es que el Gobierno y la oposición cedan a los intereses de los supuestos creadores. Un grupo que engloba únicamente a algunas de las industrias que no están sabiendo adaptarse al universo digital y que pretenden algo imposible, que el universo digital se adapte a ellos.